La ilustración o fábula del elefante y los sabios ciegos se originó en la India en el segundo milenio antes de Cristo, dentro de las tradiciones religiosas del jainismo, el hinduismo y el budismo. En occidente se hizo popular a partir del siglo XIX, gracias a un poema de John Godfrey Saxe.
Básicamente, la fábula relata la historia de un grupo de seis sabios ciegos convocados por un rey para que palpen un elefante y le digan qué es. Los sabios ciegos tocan el animal con sus manos, cada uno en partes distintas del elefante. Uno toca una pierna y dice que se trata de un árbol. Otro toca la trompa y dice que se trata de una serpiente. Otro apoya sus manos en lateral del abdomen y cree que es una pared. Otro más toca la cola y cree que es una soga. Y así, cada uno de los sabios toca al mismo animal, pero llega a diferentes conclusiones sobre lo que tiene en frente. Finalmente, el rey les dice que en realidad se trata de un elefante, pero debido a que palpaban partes distintas del animal, asumieron que eran cosas distintas cosas. Era una misma realidad, pero palpada desde distintos ángulos podía ser entendida como un árbol, una serpiente o una pared.
La ilustración se utiliza generalmente para ejemplificar de qué manera las religiones aluden a una misma realidad (Dios), pero de diferentes perspectivas. Pero, esencialmente, todas las religiones son lo mismo o conducen a lo mismo.
La ilustración es ciertamente atractiva, y es gráficamente poderosa. Pero, si nos detenemos a pensarla bien, encontraremos una falla fundamental en la fábula: los ciegos llegan a saber de que se trata de un elefante solo cuando el rey se los revela. No lo descubren antes, ni de ningún otro modo. Esto nos lleva a preguntarnos: si el elefante es Dios y nosotros los ciegos, ¿quién es el rey que nos dice la verdad de lo que estamos palpando? Si la idea es ilustrar la verdad relativa que contienen las religiones, ¿quién es el que ve desde el trono la verdad total de Dios para advertirnos que todas las religiones tienen la misma esencia verdadera? En una era de relativismo y posverdad, la historia puede funcionar superficialmente. Pero, la fuerza de la fábula está en el rol del rey revelando la verdad. ¿Quién será, entonces, el rey? ¿Usted? ¿Yo? Ningún posmoderno aceparía ser el rey en esta historia. Pero entonces, ¿cómo hacemos para llegar a la conclusión de la ilustración? Como dice Doug Powell: “Paradójicamente, la historia cuyo propósito es demostrar que nadie tiene una visión correcta de Dios acaba probando exactamente lo contrario, pues solo podría hacer esta afirmación una persona que tuviera la visión correcta de Dios, que es precisamente lo que la primera afirmación niega. Esto nos coloca nuevamente ante la pregunta sobre cuál Dios existe.”i
Si constatamos este punto fundamental del rol del rey, incluso puede plantearse que la fábula conspira contra la mentalidad posmoderna que niega la existencia de la verdad. Porque las conclusiones a las que llegan los sabios ciegos no esencialmente distintas, no iguales. Un árbol o una pared no son básicamente lo mismo que un elefante. Los sabios se equivocaron categóricamente. No señalaron sutilezas relativas de una misma realidad. Si el monarca no hubiera hablando, jamás se hubieran dado cuenta de sus errores. En otras palabras, sin la verdad, la posmodernidad naufraga en un mar de errores.
El elefante y los sabios ciegos puede permanecer como una especulación teórica, pero sin ninguna evidencia para apoyarla. De hecho, las evidencias que tenemos indican todo lo contrario. Existe diferencias esenciales irreconciliables entre las religiones. Por ejemplo, el monoteísmo que sostienen el judaísmo, el cristianismo y el islam está en directo conflicto con el politeísmo hinduista o mormón. Y la identidad de Jesucristo como Dios hecho hombre en el cristianismo contradice al judaísmo y al islam. Es solo cuestión de ver el exclusivismo que exige Jesús en los Evangelios para darse cuenta de sus diferencias incompatibles con Buda, Mahoma o cualquier otro líder religioso de la historia humana.
¿Qué hay si llevamos la ilustración al plano de las preguntas fundamentales? Me refiero a: ¿Qué es el ser humano? ¿Por qué existo? ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Hacia dónde voy? Tal como señala Craig Hazen: “Como estas preguntas eternas tienen discrepancias tan profundas, es lógico preguntarse si la unidad esencial de todas las religiones es solo un deseo noble o una esperanza infundada. Sin duda, si el ‘Rajá’ (el rey) no nos dice que es posible superar las contradicciones entre las grandes religiones, la noción de que todas son iguales parece totalmente insostenible.”ii
Si te cruzas con esta ilustración en el diálogo con algún relativista o agnóstico, no olvides preguntar: ¿Quién es el rey en esta historia? Entonces, podrás señalar a Jesús como el Rey que revela la Verdad.
Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí.
Jesús
(Jn. 14.6)
Referencias
i POWELL, Doug. Guía Holman de Apologética Cristiana. Trad. Nora Redaelli. EE.UU., B&H Español, 2009, p. 96.
ii HAZEN, Craig J. ¿No son todas las religiones esencialmente iguales? En: http://www.apologetica.com.ar/no-son-todas-las-religiones-esencialmente-iguales/
César Orellana
Profesor en Historia (Universidad Nacional del Nordeste, Argentina). Bachiller en Teología (Instituto Bíblico Interdenominacional Argentino, Argentina). Autor de De la controversia a la crisis: El Movimiento Palabra de Fe en América Latina para el boletín Apología Cristiana del Centro de Investigaciones Religiosas (CIR). Sus áreas de interés son la historia de la iglesia, el estudio de la ortodoxia y la herejía, la teología de la prosperidad, la relación entre fe y razón y la filosofía.