Galileo orgullo y ciencia

Galileo, entre el orgullo y la ciencia.- Dr. Fernando D Saraví

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El episodio histórico más famoso aducido como evidencia del supuesto conflicto entre la fe cristiana y la ciencia es la condena de Galileo Galilei (1564-1642) por el Tribunal del Santo Oficio en 1633.  Si bien en 1992 el papa Juan Pablo II publicó un desagravio de Galileo, en realidad hay que reconocer la parte que le cupo al protagonista en los sucesos. Galileo era un genio, sin duda, pero tenía serios defectos personales, productos de su orgullo. Uno de esos defectos era que, al refutar a sus adversarios intelectuales, parece haber sentido la necesidad de ridiculizarlos y humillarlos. Aunque fue objeto de gran admiración y amplio reconocimiento, su terquedad e intransigencia reiteradamente lo pusieron en problemas y le ganaron enemigos.

Galileo defendió con entusiasmo la teoría heliocéntrica de Nicolás Copérnico (1473-1543) en contra del sistema geocéntrico de Claudio  Ptolomeo (ca. 100-170). Pero la evidencia disponible en su propio tiempo no demostraba de manera concluyente que la nueva teoría fuera correcta.  La Iglesia admitía que ambas teorías podían considerarse hipótesis de trabajo útiles para varios fines prácticos, como el cálculo del calendario religioso, pero no más que eso.

Por su encendida adhesión a la teoría copernicana, Galileo recibió una advertencia explícita del Cardenal Roberto Bellarmino (1542-1621), uno de los eruditos más reconocidos y respetados de ese tiempo. Vale la pena citar el pensamiento de Bellarmino al respecto:

Si hubiera una prueba real de que el sol está en el centro del universo, que la Tierra está en el tercer cielo, y que el sol no gira en torno de la Tierra sino la Tierra alrededor del sol, entonces deberemos proceder con gran circunspección al explicar los pasajes de la Escritura que parecen enseñar lo contrario, y más bien admitir que no los entendíamos, que declarar falsa una opinión que ha demostrado ser verdad. Pero en lo que a mí concierne, no creeré que existan tales pruebas hasta que me las muestren. (Citado por Thomas E. Woods, How the Catholic Church Built Western Civilization. Washington, D.C.: Regnery Publishing, 2005; p. 72).

En 1623 Galileo publicó un libro, El ensayador, que dedicó a su amigo el Cardenal Mateo Barberini, quien recibió la dedicatoria con gran placer.  La obraera una cáustica, pero totalmente errónea, refutación de un tratado sobre los cometas escrito por el astrónomo jesuita Horacio Grassi (1583-1654) en 1618 (Julián Collado Umaña, Galileo: cometas y heliocentrismo. Revista de Filosofía de la Universidad de Costa Rica 127-128: 163-168, 2011).  

Cuando Barberini fue hecho papa con el nombre de Urbano VIII (1623-1644), le aseguró a Galileo que podía continuar con sus estudios dentro de los límites arriba señalados, es decir, reconociendo que no podían alcanzarse respuestas concluyentes en las ciencias naturales.

Galileo se avino a la modalidad de propuestas hipotéticas en su obra de 1632, el famoso Diálogo concerniente a los dos principales sistemas del mundo, que contrastaba la concepción geocéntrica con la heliocéntrica. Sin embargo, el genio pisano no tuvo una mejor idea que poner la advertencia papal en boca de Simplicio, el ignorante simplón que defendía la concepción geocéntrica.

Cabe destacar además que el título que Galileo originalmente había pensado para su obra era Diálogo sobre el flujo y reflujo de la marea, pues creía que las mareas eran una prueba contundente de heliocentrismo. Galileo defendió vigorosamente su hipótesis de que el movimiento combinado de rotación y traslación de la Tierra era la causa fundamental de las mareas (Fernando Bombal Gordon, Galileo Galilei: un hombre contra la oscuridad, Revista de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales 107 [1-2]: 55-78, 2014).  Y también desdeñó, con su habitual arrogancia, la sugerencia realizada por Johannes Kepler en 1609 acerca de que la Luna era la causa de las mareas a través de algún tipo de atracción, cuya naturaleza permaneció desconocida hasta el descubrimiento de Isaac Newton sobre la atracción gravitatoria.

Aquí puede verse claramente la tendencia de Galileo de aferrarse a sus propias hipótesis, aunque fueran erróneas, y despreciar las ajenas, aunque fueran plausibles. De hecho, la noción de que las mareas proporcionaban evidencia decisiva de la hipótesis heliocéntrica fue el mayor error del científico pisano (Peter Tyson, Galileo’s big mistake. Nova 29 Oct 2002. https://www.pbs.org/wgbh/nova/article/galileo-big-mistake ).

Por ese tiempo estaba en pleno vigor la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) que, además de tener causas políticas y económicas, representaba un vasto conflicto religioso entre católicos y protestantes. Las implicaciones de la obra de Galileo no solamente concernían al mundo natural, sino que se extendía a la interpretación de diversos pasajes de la Escritura, en un tiempo en que los protestantes criticaban a los católicos por sus interpretaciones alegóricas.  La imprudencia de Galileo lo expuso en 1633 a un juicio que lo forzó a una retractación formal y lo condenó a un arresto domiciliario.

Es necesario subrayar que Galileo jamás fue torturado ni arrojado a un calabozo, y que hasta su muerte en 1642 cumplió su arresto en las lujosas residencias de algunos de sus amigos. Tampoco fue excomulgado, sino que perteneció a la iglesia hasta el final de sus días.  Y sobre todo, como había notado agudamente Bellarmino,  seguía siendo cierto que aún no había evidencia concluyente de que la hipótesis heliocéntrica fuera realmente superior a la hipótesis geocéntrica.

Además, formalmente la condena de Galileo no fue teológica sino inquisitorial, expresión reservada para casos de desobediencia contumaz o escandalosa más que de herejía.  Por lo tanto, la noción heliocéntrica podía interpretarse en 1633 simplemente como una posición no aceptada provisionalmente, situación que luego se corrigió.

En definitiva, el caso no fue primariamente un supuesto conflicto entre ciencia y religión, sino que fue la imprudencia y afán desmedido de reconocimiento de Galileo lo que le trajo problemas. El estudio de la astronomía, incluso dentro de la misma comunión católica, continuó con gran impulso, apenas afectada por el incidente de Galileo (Vincent Carroll y David Shiflett, Christianity on Trial. Arguments against Anti-Religious Bigotry. San Francisco: Encounter Books, 2002, p. 75).

Fernando Saravi
Fernando D. Saraví

Doctor en Medicina (Universidad Nacional de Cuyo, Argentina). Diplomado en Teología (Facultad Latinoamericana de Estudios Teológicos, Estados Unidos). Profesor en la Universidad Nacional de Cuyo. Investigador del ministerio Razones Para Creer (filial argentina de Reasons To Believe). Profesor en el Instituto Bíblico Evangélico de Mendoza (Argentina). Autor de varios libros, entre los que se destacan El mormonismo al descubierto: El “otro” testamento de Jesucristo (Portavoz, 1997), Jesucristo o Mahoma (CLIE, 2013) y La profecía de las setenta semanas: Otro punto de vista (CLIE, 2013). Es consultado por los medios de comunicación en Argentina como científico y especialista en bioética.