Dios, el mal y el sufrimiento. Parte II – Por Fernando D.Saraví

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Perspectivas filosóficas de pensadores cristianos

Como dije antes, a lo largo de la historia los cristianos han reflexionado profundamente sobre el tema del mal y el sufrimiento. Por ejemplo, en su Summa Theologica Santo Tomás de Aquino concluyó lo siguiente: “Así, pues, como Dios es el previsor universal de todo ser, a su

providencia pertenece el que permita la existencia de algunos defectos en cosas concretas para que no se pierda el bien del universo entero. Pues si se impidieran muchos males, muchos bienes desaparecerían del universo. Ejemplo: No existiría la vida del león si no existiera la muerte de animales; no existiría la paciencia de los mártires si no existiera la persecución de los tiranos”1. No hay absolutamente ninguna razón para pensar que un Dios todopoderoso y perfectamente bueno habría de prevenir el sufrimiento que vemos a nuestro alrededor – pues es parte de la infinita bondad de Dios que él permitiera que el mal existiese, y de él producir elbien.

San Agustín: El mal como parásito del bien

Agustín de Hipona (354-430) notó que el mal solamente puede tener existencia en un mundo que tiene cosas buenas. La explicación de Agustín está dirigida a demostrar que Dios no es el Creador del mal. Para entender esto, hay que formular el siguiente (falso) silogismo, al cual responde Agustín:

  1. Todo lo que existe fue creado porDios

  2. El mal existe

  3. Por tanto, el mal fue creado por Dios

Agustín responde con un argumento cuya simplicidad no debe ocultar su importancia: el mal no es algo que existe (creado), sino la ausencia de bien. Del mismo modo en que físicamente la oscuridad puede concebirse como la ausencia de luz, el frío como la ausencia de calor o el vacío como la ausencia de materia, el mal puede entenderse como la ausencia de bien.

Aun lo que llamamos mal en el mundo, bien ordenado y colocado en su lugar. hace resaltar más eminentemente .el bien, de tal modo. que agrada más y es más digno de alabanza si lo comparamos con las cosas malas. Pues Dios omnipotente, como confiesan los mismos infieles, “universal Señor de todas las cosas”, siendo sumamente bueno, no permitiría en modo alguno que existiese algún mal en sus criaturas si no fuera de tal modo bueno y poderoso que pudiese sacar bien del mismo mal.

Pues ¿qué otra cosa es el mal, sino la privación del bien? Del mismo modo que, en los cuerpos de los animales, el estar enfermos o heridos no es otra cosa que estar privado de la salud.-y por esto, al aplicarles un remedio, no se intenta que los males existentes en aquellos cuerpos, es decir, las enfermedades y heridas, se trasladen a otra parte, sino destruirlas,ya que ellas no son substancia, sino alteraciones de la carne, que, siendo substancia,y,por tanto, algo bueno, recibe estos males, esto es, privaciones del bien que llamamos salud-, así también todos los defectos de las almas son privaciones de bienes naturales, y estos defectos, cuando son curados, no se trasladan a otros lugares, sino que, no pudiendo subsistir con aquella salud, desaparecen enabsoluto.2

De modo que el mal no es una sustancia, sino un déficit o una tergiversación de algo bueno hecho por Dios. Por tanto, el mal no fue creado por Dios y, de hecho, puede entenderse como todo lo que se opone a su bondad. Adicionalmente, lo bueno puede lógicamente existir en ausencia de nada malo, pero el mal tiene una existencia parasítica, dependiente de la existencia del bien, pues solamente puede tornarse malo algo que alguna vez fue bueno.

Por ejemplo, una herida (algo malo) en el brazo (algo bueno) solamente puede existir si existe el brazo. El brazo puede existir sin la herida, pero la herida no puede existir sin el brazo. Notamos de paso que el mal puede ser mayor cuanto más bueno es el objeto afectado. Satanás era un ángel bello y poderoso. El ser humano es la corona de la creación de Dios. Como dice una expresión latina: Corruptio optimi pessima, que puede traducirse libremente como “no hay nada peor que la corrupción de lo mejor”.

La respuesta de Agustín es correcta y útil para rechazar el falso silogismo planteado arriba, cuya premisa mayor aparece como errónea (el mal no es algo creado), pero no basta para explicar cómo llegó a existir el mal en un mundo que fue creado “muy bueno”.

Leibniz: El mejor de todos los mundos posibles

El matemático y filósofo Gottfried Wilhelm Leibniz (1646- 1716), quien desarrolló el cálculo matemático de manera independiente de Isaac Newton, fue quien acuñó el término “teodicea”, del griegotheos(Dios) ydiké(justicia), que subraya la justicia de Dios. Una teodicea es un argumento racional que intenta demostrar que Dios no es el autor del mal.

Leibniz consideraba (correctamente) que las verdades de la fe cristiana y de la filosofía no podían contradecirse entre sí, pues ambas eran dones de Dios. Con esta premisa intentó explicar, desde el punto de vista filosófico, la existencia del mal en la Creación.3

Según Leibniz, dada la naturaleza de Dios, este mundo era el mejor de todos los mundos posibles; Dios no hubiera hecho algo menos perfecto de lo que era posible hacer. Si bien la sabiduría y el poder de Dios son ilimitados, los seres humanos, como criaturas, son limitados tanto en su sabiduría como en su poder para actuar.

Por esta razón, en el ejercicio de su libre albedrío – otorgado por Dios – pueden desarrollar falsas creencias, tomar decisiones equivocadas y realizar acciones incorrectas que causan sufrimiento. Dios no inflige arbitrariamente dolor y sufrimiento, sino que permite el mal moral y el mal físico como medios por los cuales los seres humanos, por comparación, aprecien mejor el bien y puedan corregir sus comportamientos erróneos.

El mal como efecto inevitable del libre albedrío

Dios creó el mundo por amor y creó en el criaturas (nosotros) que pudieran ser amadas por Él y retribuirle ese amor. Dios pudo haber creado un mundo sin tales criaturas, pero este no fue su propósito según la Biblia.

Ahora bien, el poder – incluso el poder supremo – tiene limitaciones en cuanto a lo que puede hacer; en particular, no puede producir amor. En su libro Desilusión con Dios, Philip Yancey nota que este hecho es ilustrado por la experiencia del pueblo de Israel.

El poder puede hacer todo, excepto lo más importante: no puede controlar el amor. Las diez plagas de Egipto muestran el poder de Dios sobre el faraón. Pero las diez grandes rebeliones[de los israelitas]registradas en Números muestran la impotencia del poder para lograr lo que Dios más deseaba: el amor y la fidelidad de su pueblo.4

El amor solamente puede surgir, crecer y perpetuarse como una elección deliberada de la voluntad, y para ello se requiere libertad. Ninguna cantidad de poder puede generarlo.

No obstante, la libertad para aceptar y retribuir el amor de Dios exige la posibilidad de rechazarlo. Una devoción u obediencia que surge de la coerción o la inevitabilidad no es digna de llamarse amor. Por tanto, no era lógicamente posible un mundo con seres dotados de libre albedrío sin riesgo de que las criaturas rechazaran al Creador.

Hay que notar que la imposibilidad a la que me refiero no menoscaba en absoluto la omnipotencia de Dios, como dijimos antes. Notamos antes que, según Leibniz, el nuestro era el mejor de todos los mundos posibles. Si consideramos que el libre albedrío es un regalo de Dios, debemos recordar que puede ser empleado tanto para acercarse a Él como para rechazarlo. La alternativa a la posibilidad del mal y del sufrimiento es un mundo sin libre albedrío, que claramente es inferior al nuestro ya que haría imposible el amor y el perfeccionamiento moral de las criaturas.

Necesidad del mal natural

Algunos se rebelan contra la existencia de las catástrofes naturales, como terremotos y tornados, como prueba o de la inexistencia de Dios o de su falta de amor. En realidad, al igual que con el problema del libre albedrío, las catástrofes naturales son una consecuencia inevitable de la forma en la que este cosmos opera.

Las mismas leyes naturales que posibilitan la vida en la Tierra y nos permiten comprender y predecir su funcionamiento, son las que explican las catástrofes, y no es posible en esta creación la existencia de un planeta que permita la vida donde, al mismo tiempo, no existan catástrofes. Nuestra mejor comprensión de los fenómenos naturales justifica esta afirmación, como ha sido notado por diversos autores cristianos como John Polkinghorne, Hugh Ross y RichDeem.5

Por ejemplo, el núcleo líquido de nuestro planeta genera su campo magnético, indispensable para la vida. Las placas tectónicas que flotan sobre ese núcleo permitieron la creación de continentes y la vida terrestre. Pero es inevitable que, cuando esas placas tectónicas se desplazan unas sobre otras, ocurra una enorme liberación de energía mecánica que se manifiesta como terremotos y tsunamis.

Otro ejemplo es la vida microscópica. Las bacterias son un componente indispensable de todo sistema ecológico (incluyendo el propio cuerpo humano – se estima que el número normal de bacterias en nuestro cuerpo es mucho mayor que el número de nuestras propias células), pero en muchos casos la bacterias y otros microorganismos pueden causar enfermedades. Simplemente no es posible que gocemos de los beneficios de la vida microscópica, que contribuyen a mantenernos vivos y saludables, sin estar al mismo tiempo expuestos al riesgo de ciertos perjuicios. Como respondió Job a su mujer cuando lo tentó a maldecir a Dios: “Como habla cualquier mujer necia, has hablado. ¿Aceptaremos el bien de Dios y no aceptaremos el mal?” (Job 2: 10Job 2: 10
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).

Perspectivas bíblicas

Todo lo expresado anteriormente me parece importante por un lado, para aclarar nuestro propio pensamiento y,por otra, para dialogar con personas que aún no han aceptado la autoridad de la Biblia, pero que tienen una mente abierta a razones que permiten admitir que la presente existencia del mal y del sufrimiento no es incompatible con la existencia de un Dios supremamente bueno y todopoderoso.

No obstante, para los cristianos la mayor comprensión no proviene de la filosofía – sin negar su importancia – sino de la revelación especial de Dios en la Biblia. Por eso, a continuación resumo lo que considero como los diez aspectos principales de lo que las Escrituras nos dicen sobre el tema.

  1. El mal y el sufrimiento como consecuencias del pecado

Según la Biblia, la muerte del hombre es una consecuencia de su pecado (Génesis 3 y Romanos 12: 5-21Romanos 12: 5-21
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; de allí las palabras del Apóstol:
Porque la paga del pecado es muerte,pero la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro– Romanos 6:23).

Además, la desobediencia de Adán y Eva tuvo consecuencias persistentes no solamente sobre ellos y sus descendientes, sino que afectó a la creación misma. Por ejemplo, el Apóstol Pablo escribió:

Pues considero que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos deser comparados con la gloria que nos ha de ser revelada. Porque el anhelo profundo de la creación es aguardar ansiosamente la revelación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sometida a vanidad, no de su propia voluntad, sino por causa de aquel que la sometió, en la esperanza de que la creación misma será también liberada de la esclavitud de la corrupción a la libertad de la gloria de los hijos de Dios. Pues sabemos que la creación entera a una gime y sufre dolores de parto hasta ahora(Romanos 8:18-22).

De acuerdo con esto, el pecado humano causó la corrupción no solamente del propio ser humano, sino de la Creación toda, la que ya no se encuentra en el estado prístino en el que Dios la formó. Junto con esta declaración sombría se encuentra una esperanzadora promesa de liberación.

  1. El mal y el sufrimiento como una bendición encubierta

En ocasiones, algunos acontecimientos que percibimos como males pueden en realidad ser beneficiosos para nosotros y para otros. El ejemplo clásico de la Biblia es la historia de José, hijo de Jacob, narrada en Génesis, capítulos 37 al 50. Sus hermanos lo vendieron como esclavo para deshacerse de él, pero Dios lo llevó a una posición de poder desde la cual pudo beneficiar a muchos, e incluso a su propia familia. Cuando, años más tarde, José se reunió con sus hermanos,declaró:

Ahora pues, no os entristezcáis ni os pese el haberme vendido aquí; pues parapreservar vidas me envió Dios delante de vosotros (…) . Y Dios me envió delante de vosotros para preservaros un remanente en la tierra, y para guardaros con vida mediante una gran liberación. Ahora pues, no fuisteis vosotros los que me enviasteis aquí, sino Dios; y Él me ha puesto por padre de Faraón y señor de toda su casa y gobernador sobre toda la tierra de Egipto (Génesis 45: 5-8Génesis 45: 5-8
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).

Por cierto, lo que hicieron sus hermanos fue malo, pero Dios lo empleó para el bien de muchas personas y, particularmente, para la preservación de la descendencia de Abraham, de la cual provendría Jesús, el Mesías.

  1. El mal y el sufrimiento como llamado al arrepentimiento

Una vez le contaron a Jesús acerca de un acto cruel de Poncio Pilato. La respuesta del Señor es muy clara:

En esa misma ocasión había allí algunos que le contaron acerca de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con la de sus sacrificios. Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque sufrieron esto? Os digo que no; al contrario, si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. ¿O pensáis que aquellos dieciocho, sobre los que cayó la torre en Siloé y los mató, eran más deudores que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo que no; al contrario, si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente(Lucas 13: 1-5Lucas 13: 1-5
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).

En lugar de condenar la masacre, el Señor aprovechó la oportunidad para despertar en sus oyentes – añadiendo, incluso, otro ejemplo – a la urgente necesidad de arrepentirse de sus pecados y ponerse en paz con Dios.

La adversidad – propia o ajena – es un fenómeno mediante el cual Dios llama a todos al arrepentimiento. Pablo lo explicó de este modo, escribiendo a los cristianos de Corinto:

ahora me regocijo, no de que fuisteis entristecidos, sino de que fuisteis entristecidos para arrepentimiento; porque fuisteis entristecidos conforme a la voluntad de Dios, para que no sufrierais pérdida alguna de parte nuestra. Porque la tristeza que es conforme a la voluntad de Dios produce un arrepentimiento que conduce a la salvación, sin dejar pesar; pero la tristeza del mundo produce muerte.(2 Corintios 7: 9-102 Corintios 7: 9-10
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).

En su libro El problema del dolor, C. S. Lewis subrayó: “El dolor insiste en ser atendido. Dios nos susurra en nuestros placeres y habla en nuestras conciencias, pero vocifera en nuestros dolores. Es su megáfono para despertar un mundo sordo”.6

  1. El mal y el sufrimiento como forja de nuestro carácter

Sin excluir las explicaciones anteriores, la exposición al mal y al sufrimiento también puede considerarse una forma a través de la cual Dios nos enseña lecciones importantes y moldea nuestro carácter para que se asemeje cada vez más al carácter de Cristo. Ya en el Antiguo Testamento se enseña que el sufrimiento es uno de los recursos de Dios para llamarnos a la santidad:

Antes que fuera afligido, yo me descarrié, mas ahora guardo tu palabra.Bueno es para mí ser afligido, para que aprenda tus estatutos.

Yo sé, SEÑOR, que tus juicios son justos, y que en tu fidelidad me has afligido.Sea ahora tu misericordia para consuelo mío, conforme a tu promesa dada a tu siervo(Salmos 119: 67, 71, 75-76Salmos 119: 67, 71, 75-76
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La Primera Carta de Pedro desarrolla especialmente este tema:

En lo cual os regocijáis grandemente, aunque ahora, por un poco de tiempo si es necesario, seáis afligidos con diversas pruebas, para que la prueba de vuestra fe, más preciosa que el oro que perece, aunque probado por fuego, sea hallada que resulta en alabanza, gloria y honor en la revelación de Jesucristo(1 Pedro 1: 6-71 Pedro 1: 6-7
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Como cristianos, debemos reconocer que nuestras aflicciones nunca son vanas, sino que forjan nuestro carácter, desarrollan nuestra paciencia, fortalecen nuestra perseverancia y alimentan nuestra esperanza. En palabras del Apóstol Pablo:

Por tanto, habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por medio de quien también hemos obtenido entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, carácter probado; y el carácter probado, esperanza; y la esperanza no desilusiona, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que nos fue dado(Romanos 5:1-5).

  1. El mal y el sufrimiento combaten nuestro orgullo y autosuficiencia

El orgullo quizás sea el peor de los pecados, pues es fuente de muchos otros y se interpone en nuestra relación con Dios. A veces es necesaria una dosis de sufrimiento para recordarnos nuestra dependencia de Dios, como tuvo que aprender por experiencia el mismo Apóstol Pablo. Él estaba en peligro de tornarse orgulloso por causa de las revelaciones que había recibido de Dios.

Y dada la extraordinaria grandeza de las revelaciones, por esta razón, para impedir que me enalteciera, me fue dada una espina en la carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca. Acerca de esto, tres veces he rogado al Señor para que lo quitara de mí. Y Él me ha dicho: Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, muy gustosamente me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo more en mí.Por eso me complazco en las debilidades, en insultos, en privaciones, en persecuciones y en angustias por amor a Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte(2 Corintios 12:7-10).

Claramente, entonces, nuestras aflicciones son un antídoto contra el orgullo y un poderoso estímulo para fortalecer nuestra continua dependencia de Dios.

  1. El mal y el sufrimiento nos enseñan a ser más compasivos

Nuestra experiencia en el sufrimiento que padecemos, y el consuelo que recibimos de Dios en diversas aflicciones, no son solamente para nuestro beneficio. La Escritura enseña que también nos capacitan para extender a otros la misericordia y el amor de Dios. Si bien todos somos llamados a la compasión, la experiencia muestra que los más aptos para consolar suelen quienes han pasado – o aún pasan – por la misma aflicción particular: Una persona que ha perdido un ser querido, otra que se quedó sin trabajo, una mujer a quien su esposo le fue infiel, alguien que ha superado un problema de abuso o de adicción, un paciente que lidia con el cáncer, son a menudo los más idóneos para consolar a quienes atraviesan las mismas crisis. El Apóstol escribió:

Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en toda tribulación nuestra, para que nosotros podamos consolar a los que están en cualquier aflicción con el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios(2 Corintios 1: 3- 42 Corintios 1: 3- 4
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En nuestra experiencia cotidiana, haber pasado por ciertos sufrimientos nos capacitan especialmente para sentir compasión y ser capaces de consolar a otros (2 Corintios 1:42 Corintios 1:4
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  1. El mal y el sufrimiento contribuyen al avance del Evangelio

Por una parte, nos brindan oportunidades de dar buen testimonio ayudando de muchas maneras posibles a quienes están padeciendo. Por otra parte, desarrollar nuestra capacidad de mantener nuestra entereza y nuestro testimonio en medio de la adversidad es algo que tanto loscreyentescomolosnocreyentespuedenvalorarydesearparasímismos.Desdesuinicio y hasta nuestros días, la iglesia ha crecido más vigorosa y pura precisamente en aquellos lugares donde los hermanos deben afrontar las mayores adversidades. Esto era tan cierto durante los primeros siglos, cuando el cristianismo era una religión ilegal en el Imperio Romano, como hoy, particularmente en la China y en África, donde los cristianos soportan la persecución de los gobiernos o de fanáticos de otras religiones. Las personas ven algo diferente, algo que anhelan para sí mismos, en esos cristianos que aman a pesar de todo y enfrentan la adversidad con fe y valor.

Esta también fue la experiencia del Apóstol Pablo, cuando estaba prisionero por causa del Evangelio.

Y quiero que sepáis, hermanos, que las circunstancias en que me he visto, han redundado en el mayor progreso del evangelio, de tal manera que mis prisiones por la causa de Cristo se han hecho notorias en toda la guardia pretoriana y a todos los demás; y que la mayoría de los hermanos, confiando en el Señor por causa de mis prisiones, tienen mucho más valor para hablar la palabra de Dios sin temor(Filipenses 1: 12-14Filipenses 1: 12-14
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).

Por un lado, la conducta de Pablo motivó a los demás creyentes para ser fortalecidos en su fe y alentados a testimoniar; y por el otro, impresionó a los incrédulos, inclusive a los de la Guardia Pretoriana, nada menos que el selecto cuerpo de soldados veteranos que formaba la custodia personal del emperador.

  1. El mal y el sufrimiento frente a la revelación progresiva

El sentido de justicia y su misma fe en Dios de los santos del Antiguo Testamento los llevaron muchas veces a clamar a Dios ante la adversidad. Por ejemplo, David exclama: “Mi alma también está muy angustiada; y tú, oh SEÑOR, ¿hasta cuándo?” (Salmos 6: 3Salmos 6: 3
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). Los profetas clamaron también por liberación y justicia en numerosas ocasiones. Por ejemplo, Habacuc escribió:

¿Hasta cuándo, oh SEÑOR, pediré ayuda, y no escucharás, clamaré a ti:

¡Violencia! y no salvarás? ¿Por qué me haces ver la iniquidad, y me haces mirarla opresión? La destrucción y la violencia están delante de mí, hay rencilla y surge discordia. Por eso no se cumple la ley y nunca prevalece la justicia. Pues el impío asedia al justo; por eso sale pervertida la justicia(Habacuc 1: 3-4Habacuc 1: 3-4
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).

En el Nuevo Testamento, el tono cambia drásticamente. Estos reclamos cesan y prevalece al anuncio del Evangelio del Reino y el llamado de amar a nuestros semejantes, incluso a nuestros enemigos. Esto no se debe a resignación frente a la injusticia, ni mucho menos a falta de fe en el poder de Dios. La causa del notable cambio de actitud debe hallarse en la persona, las enseñanzas y la obra de Cristo, que marcan un camino nuevo y más excelente. Como observa Stott:

Es imposible leer el Nuevo Testamento sin ser impresionado por la atmósfera de gozosa confianza que lo impregna, y que sobresale en relieve contra la religión bastante inmadura que a menudo pasa hoy por cristianismo. No había derrotismo en los primeros cristianos; en lugar de eso, hablaban de victoria.7

Nuestros sufrimientos son temporales, pero la bendición de Dios es eterna. Pablo soportó hambre, frío, agresiones físicas, prisión y muchas otras penurias; pero sabía distinguir entre lo pasajero y lo eterno.

Por tanto no desfallecemos, antes bien, aunque nuestro hombre exterior va decayendo, sin embargo nuestro hombre interior se renueva de día en día. Pues esta aflicción leve y pasajera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación, al no poner nuestra vista en las cosas que se ven, sino en las que no se ven; porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas(2 Corintios 4: 16-182 Corintios 4: 16-18
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).

  1. El mal y el sufrimiento deben verse a la luz de la cruz de Cristo

Paradójicamente, la victoria decisiva contra el mal y el sufrimiento fue alcanzada precisamente a través del mal y el sufrimiento. Cité antes un autor que notaba que ningún ser humano experimenta todo el sufrimiento de la humanidad. No obstante, hay una fundamental excepción: En la cruz, Jesús cargó con el pecado de toda la humanidad. Solamente él pudo hacerlo, porque era perfectamente Dios y hombre. Desde luego, la crucifixión de Cristo fue una señal del más rotundo fracaso para los incrédulos, pero es fuente de salvación y consolación para los que creemos.

Porque la palabra de la cruz es necedad para los que se pierden, pero para nosotros los salvos es poder de Dios. (…) Porque en verdad los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, piedra de tropiezo para los judíos, y necedad para los gentiles; mas para los llamados, tanto judíos como griegos, Cristo es poder de Dios y sabiduría de Dios(1 Corintios 1: 18, 22-241 Corintios 1: 18, 22-24
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En este sentido, como cristianos debemos recordar que fue Jesucristo mismo quien hizo posible nuestra salvación a través de su propio sufrimiento (Filipenses 2). Aunque sea misterioso y desafíe algunos razonamientos, la Escritura declara que, como hombre, Jesús fue perfeccionado en su papel redentor por medio del sufrimiento:

Porque convenía que aquel para quien son todas las cosas y por quien son todas las cosas, llevando muchos hijos a la gloria, hiciera perfecto por medio de los padecimientos al autor de la salvación de ellos. (Hebreos 2:10Hebreos 2:10
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).

Cristo, en los días de su carne, habiendo ofrecido oraciones y súplicas con gran clamor y lágrimas al que podía librarle de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente; y aunque era Hijo, aprendió obediencia por lo que padeció; y habiendo sido hecho perfecto, vino a ser fuente de eterna salvación para todos los que le obedecen, siendo constituido por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec (Hebreos5:7-10).

El hecho del sufrimiento humano es percibido con una nueva luz cuando nos damos cuenta de que Dios empleó el sufrimiento y la muerte de Jesucristo para hacer posible nuestra propia salvación. Y nosotros debemos seguir el mismo camino: Vencer como Cristo venció. Jesús prometió: “Al vencedor, le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono” (Apocalipsis 3:21Apocalipsis 3:21
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).

  1. El mal y el sufrimiento tendrán un final

Finalmente, debemos recordar que Dios ha prometido erradicar por completo el mal y el sufrimiento para siempre. Jesús prometió a sus discípulos: “Y entonces verán AL HIJO DEL HOMBRE QUE VIENE EN UNA NUBE con poder y gran gloria. Cuando estas cosas empiecen a suceder, erguíos y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra redención” (Lucas 21: 27-28Lucas 21: 27-28
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). El Apóstol Pedro declaró: “Pero, según su promesa, nosotros esperamos nuevos cielos y nueva tierra, en los cuales mora la justicia” (2 Pedro 3. 13). Por su parte, el apóstol Pablo declaró:

Pues considero que los sufrimientos de este tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que nos ha de ser revelada. Porque el anhelo profundo de la creación es aguardar ansiosamente la revelación de los hijos de Dios. (…)Porque en esperanza hemos sido salvos, pero la esperanza que se ve no es esperanza, pues, ¿por qué esperar lo que uno ve? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos.(Romanos 8: 18-19, 24-25Romanos 8: 18-19, 24-25
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).

Y en la revelación dada al Apóstol Juan, el mismo Señor promete:

Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, preparada como una novia ataviada para su esposo. Entonces oí una gran voz que decía desde el trono: He aquí, el tabernáculo de Dios está entre los hombres, y El habitará entre ellos y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos. El enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado. Y el que está sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas (Apocalipsis 21: 1-5Apocalipsis 21: 1-5
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).

Conclusión

La naturaleza y actual condición de este mundo, con sus males y sufrimiento, no son razones adecuadas para negar el amor, el poder o la sabiduría de Dios. En algunos casos podemos vislumbrar las razones que Dios puede tener para permitir un mal o un sufrimiento. En otros casos no podemos imaginar una buena razón, lo cual no significa que no exista. En estos últimos casos, las Escrituras nos exhortan a confiar en que Dios sabe bien lo que hace y que todas las cosas cooperan para el bien de quienes lo aman (Romanos 8: 28Romanos 8: 28
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). Además, nos prometen un cielo nuevo y una tierra nueva, donde mora la justicia y el sufrimiento no existe más.

Notas.

1Tomás de Aquino. Suma Teológica, parte 1, pregunta 22, artículo 2.

2Agustín de Hipona, Enchiridion (Manual de la fe, la esperanza y la caridad), III, 11.

3Gottfried Wilhelm Leibniz. Theodicy. Essays on the Goodness of God, the Freedom of Man and the Origin of Evil. London: Routledge & Kegan Paul Ltd., 1951.

4Philip Yancey. Desilusión con Dios. Miami: Editorial Vida, 2011, p. 75.

5John Polkinghorne. Science and Creation. The Search for Understanding. London: SPCK, 1988; Hugh Ross. The Creator and the Cosmos, 3rd Ed. Colorado Springs: NavPress, 2001; Rich Deem. Where is God When Bad Things Happen? Why Natural Evil Must Exist. www.godandscience.org/apologetics/natural_evil_theodicity.html

6C. S. Lewis. El problema del dolor. Miami: Editorial Vida, 1977, p. 93

7Stott, obra citada, p. 227.

Fernando Saravi
Fernando D. Saraví

Doctor en Medicina (Universidad Nacional de Cuyo, Argentina). Diplomado en Teología (Facultad Latinoamericana de Estudios Teológicos, Estados Unidos). Profesor en la Universidad Nacional de Cuyo. Investigador del ministerio Razones Para Creer (filial argentina de Reasons To Believe). Profesor en el Instituto Bíblico Evangélico de Mendoza (Argentina). Autor de varios libros, entre los que se destacan El mormonismo al descubierto: El “otro” testamento de Jesucristo (Portavoz, 1997), Jesucristo o Mahoma (CLIE, 2013) y La profecía de las setenta semanas: Otro punto de vista (CLIE, 2013). Es consultado por los medios de comunicación en Argentina como científico y especialista en bioética.